No parece ser un buen título para un día como hoy, en el que se celebra y honra a las madres, pero verán, les cuento a qué me refiero.
Primero, es importante decir que claro que tengo madre, no cuento con la suerte de estar hecha de una costilla de Adán, vengo de un vientre como todo mundo. Pero resulta que no fui precisamente criada por mi madre biológica y ese hecho me ha dado la oportunidad de tener varias madres a lo largo de mi historia. He sido afortunada al encontrar a muchas mujeres (y hombres) que han hecho el papel de madre en mis diferentes etapas de la vida. Al fin y al cabo, se supone que una madre es quien cuida, protege, aconseja, disciplina, apoya… ¿No?
Por eso hoy les comparto por qué considero que es mejor no tener una sola. Pero antes, les presento brevemente a mis madres:
En primer lugar, está mi mamá Chenny, mi padre. Quien me llevaba al Kinder bien peinada, me hacía a veces dos colitas, chuecas, pero con el moño bien puesto.
Después, tengo a mi madre y hermana mayor, María. Pobre… me tenía que llevar a sus clases de prepa cuando no había quién me cuidara en casa. También tenía que cargar conmigo a las citas con sus novios de adolescencia. Recuerdo que me decía “cierra los ojos” cuando se iban a dar un beso. No sé si se habrá dado cuenta que yo hacía trampa y me cubría con las manos, pero entre abría los dedos para verlos darse un pico.
Hasta la fecha, no sé porque le llamo a ella cuando me duele algo, aunque ya existe Google para buscar qué pastilla me puede servir para la gastritis, le llamo. Es como si el omeprazol surtiera mejor efecto cuando ella me lo sugiere.
Mi abuelo Beto fue la madre más… más sabia, podría decir. Sus anécdotas de vida (contadas en MUY repetidas ocasiones) y mis anécdotas a su lado, resuenan de manera frecuente en mi cabeza y siempre me inspiran a escribir algún relato.
Mi tía Lupe es otra madre que tengo, a ella le tocó lidiar con mis imprudencias infantiles, la hacía trabajar a marchas forzadas para ayudarme a conseguir mis disfraces: “Tía, tengo que ir disfrazada de mariposa a la escuela”, le decía un día antes del festival.
Mientras analizaba las ventajas de no haber crecido con una madre, por un momento contemplé el hecho de no haber soportado los famosos golpes con la chancla. Pero luego recordé que, con mi tía Chela, los golpes eran con una chancla, con un gancho de la ropa, con una pala de la cocina… casi cualquier objeto servía para reprimirme: “No te levantas de la mesa hasta que termines de comer” “Aquí no es mesón para que comas a la hora que tú quieras”, eran algunas de sus frases. Pero también estuvo ahí cuando me intoxiqué por comer salchichas con chile, por mencionar un caso concreto.
La lista de mis madres no concluye dentro del círculo familiar. Algunas vecinas también fueron parte crucial en el desarrollo de mis primeros años. Doña Alma, la mamá de mis amigas/vecinas de la casa anaranjada, no solo me daba de comer, sino que también cargaba conmigo como si fuera una más de sus hijas; íbamos a la playa, al río, a visitar a los abuelos de las niñas. A donde sea que ellos iban, yo iba.
Es bastante raro que, a mis 31 años, cuando me encuentro a las vecinas por la calle me digan: “Uy, me acuerdo que yo te cambiaba el pañal” o “Uy, me acuerdo que de chiquita te quedabas a dormir porque no te querías salir de mi casa”. (Qué vergüenza).
Luego, ya más grandecita, las mamás de mis amigas de prepa también la hicieron un poco de mamás; unas me mandaban lonche, otras me cooperaban para los libros. Hay una mamá desde prepa a la que todavía sigo pidiendo consejos de vida: Gloria Ortiz. A veces le digo tía, a veces mamá, a veces Gloria a secas. Como sea, sé que tengo su cariño y cuento con su apoyo incondicionalmente.
Más recientemente, en mi viaje a España, conocí a mi madre Isabel Ortega. Ni ella imaginó que nos encariñaríamos tan pronto, cuando me vio llegar por primera vez a su casa buscando alquilar una habitación. Luego me confesaría que pensó que yo era una “hippie mochilera sin rumbo”.
Y por eso les digo que hay ventajas en no haber tenido una mamá, sino varias: he probado diferentes platillos y sazones, he recibido consejos desde distintas ideologías; unas más conservadoras, otras más open minded. Lo cual me ha permitido forjarme un criterio propio a partir de la guía de personas tan diversas y maravillosas.
La única desventaja de todo esto es que me es imposible enviar tantas serenatas el día de las madres. Pero eso no resta valor al agradecimiento genuino que siento por cada una de ellas.
¡GRACIAS, MAMÁS!
15 comentarios
Siempre sacando lo mejor de la vida y de ella misma, me encantó, migaaa muy emosoo💜🤗
Gracias, Edith.
Guapa, gracias por tanto cariño.
Oh mi mexicana querida!! Gracias, me encanta ser una de tus madres.
Sabes que siempre me tendrás aquí y esperándote, eso si, debes seguir haciendo historia para que sigas contándonosla tan divinamente. Cuidate mucho preciosa. Besos mil
Muy lindo, chole.
Gracias, que bueno que te gustó.
Wow me encanto!
Algunos sentimos la bendición de tener una madre “normal” “natural” etc. Sin embargo y siendo honestos las madres pueden ser muchas como bien dices, pues no siempre es una sola la figura que te da la fuerza y te enseña a vivir.
Celebró que eres parte de los afortunados!
Suscribo. Y creo que no solo las personas mayores llegan a ser influencia. Cada interacción con otros cuenta, ya sea de familiares, amigos, pareja (cuando hay ja,ja,ja).
Muy padre 🙂
Gracias, Noemí.
Que ventaja tan grande nos llevas a todos .
El Universo te premia con muchas mamás.
Te quiero
Es correcto, prima. Y no solo mamás, de verdad que siempre he estado rodeada de personas bellas. Tú eres una de ellas, pero no cuentas como mamá porque estás joven, pero si como hermana. Y lo sabes.
Woooooooow! Que bonito!!! Felicidades Marisol!
Gracias, Gaby.