Cuando escribo, lo único que sé es que sufro de dolor, de esperanza, de alegría; sé que estoy sufriendo y que necesito decirlo
JAIME SABINES
Es cierto, no soy capaz todavía de ponerle nombre a mis oraciones. No me queda claro si la frase que escribo es una oración subordinada, coordinada o yuxtapuesta. Por ahora procuro no separar sujeto de predicado y el verbo del adverbio; cuido los acentos y hago mi mayor esfuerzo con la coma vocativa y el punto y seguido para no romper con la armonía del texto.
El siguiente paso es buscar transmitir las ideas de manera asertiva y sin separarme de la sinceridad. Poner atención en la ortografía y la gramática, sí, pero sin buscar tanto en el diccionario y ahondar más en la consciencia.
Considero la escritura como un acto de respeto a mí misma; por ello, siento el deber de ser honesta, transparente… Que cuando alguien me lea pueda sentir la velocidad de la sangre que corre por mis venas, el bombeo de mi corazón… Pum PUM, pum PUM.
Defiendo que la misma auto edición de un texto debe sostener la esencia del yo autor y del texto mismo. Una búsqueda forzada de sinónimos para “evitar repeticiones” o construcciones demasiado POMPOSAS y COLOSALES llenas de METÁFORAS y ALEGORÍAS me hacen recordar una Navidad en concreto.
Había llegado temprano a la reunión de Nochebuena a casa de una de mis tías y subí al cuarto de mis primas, que todavía se estaban “arreglando”. “Desde las 5:00 nos metimos a bañar y todavía no estamos listas, ¿tú crees?”, me dijo una de ellas. Miré el reloj, eran las 8:30.
Tenían ropa dispersa por toda la alfombra de la habitación. Sobre la cama, dos maletillas gigantes llenas de frasquitos de todos los tamaños y con distintos materiales: polvos, líquidos, pegamentos. Además de utensilios como brochas y esponjas, también de distintos tamaños. Si no fuera porque vi que se embadurnaban cosas en la cara, podría apostar que eso (a lo que ellas llamaban cosmetiquera) era la maleta de trabajo de algún artista plástico restaurando algún santo.
Me recosté en la cama a esperarlas. Observaba a una y a la otra, al igual que los objetos alrededor. No exagero si digo que entre las dos primas tienen trescientos pares de zapatos, TRESCIENTOS. De todo tipo, de todos los colores y texturas: de verano, de invierno, deportivos, de playa, de ciudad, de bosque, de fiesta, de cine, de escuela. TRESCIENTOS pares. En un perchero junto a la puerta, había bolsos; chicos, GRANDES, medianos. Y en una repisa de madera: perfumes, cremas, lociones. Muchas cosas, mucho de todo.
Entre la espera y el ver que se maquillaban con tanta pasión y minuciosidad, me dejé llevar y comencé a hacer lo mismo que ellas, pero al notar que yo no tenía idea de para qué era cada frasco y cada brocha del maletín, se encargaron de mí. Me peinaron, me maquillaron, me prestaron ropa: una mini falda, una blusa ombliguera, medias, zapatillas altas y hasta un push up bra para resaltar los atributos. Luego de las horas de producción, me vi en el espejo, me veía linda, de las pocas veces que me he visto femenina (sin contar la vez que usé vestido en mi primera comunión a los once años). Nos hicimos un par de fotos juntas. Me veía bien, pero no me parecía a mí. Ellas sí se parecían a las de siempre y se veían muy lindas, pero yo simplemente no me sentía yo, era otra con mi cara.
Así de artificial creo que es la escritura deshonesta y llena de artificios, como yo en esa fotografía con maquillaje, pestañas postizas y push up bra. De esa manera entiendo que, si mi escritura soy yo, y que no me puedo desvincular, entonces prefiero no usar maquillaje.
4 comentarios
Que suerte tengo, poder elegir a mi tercera hija, ya criada y tan especialmente aprendida de todas las experiencias vividas y tan inteligentemente asumidas. Me encanta como eres y doy gracias por haberte conocido y ya tenerte tan cerca, te echamos de menos por este lado del mundo, aunque siempre te sentimos cerca. Querida hija, vuelve pronto, te esperamos siempre. Besos mil.
Una mirada puede brillar aún sin maquillaje, las palabras se pueden sentir con tinta azul o negra, siempre y cuando vengan del corazón.
Cada cosa que hacemos en la vida debe tener consciente o inconscientemente nuestro toque, el sello que plasme que es producto de cada quien y que el maquillaje como la escritura puede ser tan plástico como quien se lo aplique o escriba.
La mirada brilla con o sin maquillaje, las palabras se sienten sin importar si es tinta azul o negra.
Y haces bien…